25 de abril de 2013

Fauna y flora: el gurupedi.

Va sin animosidad, ¡he dicho!

Una entra en este selecto y exclusivo grupo de la maternidad de golpe y porrazo, sin saber bien lo que ha pasado, desorientada y vulnerable, sobre todo vulnerable, para de repente darse cuenta de que, sin comerlo ni beberlo, se ha metido en una especie de secta donde los gurús proliferan como las setas, y muchas otras madres, igual de desorientadas y vulnerables, siguen ciegas sus palabras sin plantearse de qué va el percal.

Hablo de ese ser de intenciones desconocidas que, en lugar de dedicarse a hacer su trabajo (que es curar enfermos de tamaño reducido), se dedica también a cargarse lactancias, a amargar a pobres madres afirmando que coger a la prole en brazos cuando llora está muy mal, a mirar por encima del hombro a las familias que tienen el valor de admitir que colechan, y a recomendar hábitos alimenticios lejanos del estándar mundial.

Pero no te das cuenta de todo esto hasta que empiezas a escuchar a las otras madres comentar sus visitas regulares con el gurú. "Uy, sí, mi fulanito este mes pesaba esto y medía lo otro. Está en el percentil miratúquébien. Y el médico nos ha dicho que tiene que dormir sólo en su cunita." "Que le de cereales para dormir" "Que le empiece con la fruta a los tres meses", y así un largo sinfín de recomendaciones de las que no das crédito y empiezas a sentirte alienada y alienígena, porque el choopla no ha visto a un gurú-pediatra de estos desde que salió del hospital a la mañana siguiente de nacer, que en el desierto somos tipos duros, y ahí sigue, respirando con toda profesionalidad, sin necesidad de que nadie le diga cómo inhalar y cómo exhalar.

Te preguntas a qué viene esta obsesión por medir y remedir a un niño sanote que crece con normalidad, está activo y alegre, y te preguntas también si secretamente no será esta una manera oculta y subliminal del gurupedi para ir metiéndose en la vida de los padres primerizos y desorientados, y controlarlos desde el más allá, con la sonrisa de quien "conoce al niño". Y te preguntas, sobre todo, cómo es posible que al mínimo malfuncionamiento del bebé (léase a la total normalidad del bebé, o lo que es lo mismo, llorar, no dormir por las noches, etc, etc) estas madres que han caído bajo el poder de la secta, no piensen otra cosa que "voy a consultarle/llevarlo al pediatra". ¿En qué momento hemos perdido la humanidad y el instinto de supervivencia? ¿En qué momento es lógico y normal llevar a un niño al médico por la más mínima nimiedad?

A veces te parece que la gente en vez de un bebé cree tener un muñeco que responde a un número limitado de funciones, y en cuanto se les sale de la norma, ¡zaca! ¡Se les rompió el muñeco, y hay que llevarlo a reparación! Y se te ponen los pelos de punta de pensar en todos esos niños que ceban con cereales para que duerman "mejor", por no hablar de los que medican, cuando la técnica de llenarles el buche para que no se puedan mover, cual adulto tras copiosa comida navideña, no funciona.

Y te da miedo. Mucho miedo.

Se te ponen la piel de gallina cada vez que escuchas a una madre aconsejarle encarecidamente a otra que lleve a su vástago al pediatra, que lo que tiene no es normal, porque a los seis meses ya deberían dormir del tirón (falacia). Y te quedas con la boca abierta, y te dan ganas de darte de cabezazos contra la pared.

Y el gurú, desde su consulta, se frota las manos y domina el mundo desde su dictadura personal porque, señores, nos guste o no, los pediatras no estudian para decirle a los padres dónde debe dormir el niño, ni en su gran mayoría tienen idea de lactancia, ni pitos, ni flautas, con lo que, excepto en el caso de las enfermedades de chiquitajos, que es lo que son su especialidad, no tienen ni idea de lo que dicen y hablan o bien desde su opinión o experiencia personal (por tener familiares con bebés, o tenerlos ellos mismos) o de oídas, o de prejuicios, que es peor. Pero como la bata blanca impone un mundo, la gente achanta y calla, ¡que lo dice el gurupedi!

Y te miran raro.

Y a ti, a ti te resbala bastante, porque las ves que se matan entre ellas en una absurda competencia percentilesca, y se pasan la vida en consulta porque el nene tiene mocos o se pasaron cortándole una uña, o se despierta dos veces de noche, ¡válgame la herejia! y tú no puedes dejar de observarlo todo con cierto escepticismo. Y luego miras a tu choopla, que en 8 meses sólo ha cogido un catarro (y porque se lo pegó Don Daddy hace un par de días), que se da de leches contra los barrotes de la cuna a diario y casi se parte el labio trepando por una mesa ayer, y te preguntas si estará hecha de la misma pasta o es alienígena también.

Y lo único que te queda por hacer es dar gracias de que la oscura fuerza de esta secta no te haya atrapado todavía.

23 de abril de 2013

Gymkhana burocrática (4): el edicto misterioso.

Sentimos haberles abandonado en nuestra prometida entrada del lunes, pero por causas de fuerza mayor y enfermedad del choopla, hemos tenido que aplazar el escrito de este encomiable documento.

Pasó junio. Pasó julio. Y llegó agosto. Pasados cuatro meses desde que en el ya lejano abril entregase yo los documentos en ventanilla, con el funcionario de turno alentando mis ilusiones de tener la capacidad en tres meses, perdí la esperanza, y si sumamos a esto los 40 grados a la sombra de cada día en el mes de Ramadán en el desierto, el noveno mes de embarazo (con su consiguiente calorazo, que convertía los mentados 40 grados en algo así como 60), y el agobio terrorífico de estar en aquel momento viviendo en una habitación y buscando piso (esta es toda una aventura a la que dedicaré otra saga), mis picos de estrés casi se encargan de que también perdiese la cordura.

Y entonces volvió la mamma de la tierra de piel de toro, y aunque llamó al consulado del desierto para averiguar qué es lo que se cocía tras sus inhóspitos muros, no obtuvo ninguna respuesta convincente (porque el hombre bucólico, el que me dijo lo de los tres meses, el que resopló cuando le dije que yo antes vivía en Tokyo, el mismo, señores, que tras entrevistarnos puso en clara evidencia que no se había molestado en mirar el dossier antes de citarnos, ese hombre estaba de vacaciones).

Y pasó lo que tenía que pasar.

Lo que yo había temido como si fuera la peor de mis pesadillas, ocurrió.

El choopla nació antes de que tuviésemos en nuestras manos la capacidad (cual imposible Santo Grial).

Y ya no hubo vuelta atrás.

Por si se nos ha olvidado a dónde queríamos llegar con toda esta gymkhana burocrática, el objetivo principal era conseguir la capacidad antes del nacimiento del choopla, para que Don Daddy y yo pudiésemos casarnos antes del evento, y registrar a la nena inmediatamente, que no reconocer su existencia está muy feo, por no mentar de nuevo las posibilidades de Don Daddy de convertirse en convicto por engendrar hijos bastardos.

¿Y ahora qué?

Como no sirve de nada lamentarse, aquí es donde nos tocó apandar con los acontecimientos y seguir la ruta número dos, el plan B, o lo que es lo mismo, la segunda gymkhana burocrática, diseñada para desquiciar a las mentes más estables.

El edicto, y por consiguiente, la capacidad no llegó a nuestras manos hasta noviembre, una vez que, tras negarse el consulado del desierto a preguntar a la embajada de Tokyo si lo habían enviado de vuelta ya (¿que no son coleguitas? ¿que no trabajan para el mismo gobierno? ¿que no es lógico que se puedan poner en contacto? y lo más inquietante, ¿no saben los del consulado del desierto buscar el número de teléfono del Chiringuito de Roppongi online, que está a la vista de cualquiera?) - con el consiguiente resultado de que yo misma tuve que esperar una noche a que me dieran las tantas jigonas (por aquello de la diferencia horaria) para llamar a la hora de apertura y preguntarle al funcionario de turno si tenían allí mi edicto y si lo habían enviado, para que me dijeran que "sí, ¿por qué? ¿no ha llegado ya?" y ante mi negativa, fuesen ellos, serviciales, los que se ofreciesen a enviar una copia via fax, para agilizar los trámites.

Por entonces, el inexistente choopla tenía ya 2 meses y poco.

Y como no todo es tan fácil como parece (con lo sencillo que es decir "me caso y registro al choopla") nos embarcamos en otra odisea digna de Ulises, todo ello con el objetivo de casarnos, requisito previo para hacernos con un libro de familia que a día de hoy no tenemos (ya que el juzgado del desierto no dictaminó el matrimonio como válido hasta el 28 de febrero y de ahí a que recibiésemos el certificado pasó un mes) y que resulta ser necesario para, probablemente mediante otro proceso judicial (y lo que farda pasarse la vida en el juzgado) por fin, ¡por fin! registrar el nacimiento del choopla, que a estas alturas ya es un acontecimiento muy, muy antiguo.

18 de abril de 2013

Gateo 1.0

Y yo que quería ser constante y publicar lunes y jueves, como una bloguera de bien, que escribía las entradas con anterioridad y las programaba para que fueran publicadas el día pertinente a eso de las 10am (GMT), soy una vez más víctima de la vida, que es eso que te va sucediendo mientras tú te empeñas en hacer otros planes.

Y es que en la casa del desierto hemos tenido grandes cambios de última hora ya que, desde el domingo pasado, el choopla se ha lanzado a gatear y, si ya era hiperactiva antes dentro de su movilidad limitada, ahora me paso el día o bien persiguiéndola o bien haciendo lo que sea que tenga que hacer con un ojo en ello y el otro en el choopla, con la consecuencia inmediata de que estoy a puntito de empezar a bizquear y volverme loca, más o menos a partes iguales.

Ya apuntaba maneras cuando a eso de los 6 meses empezó a arrastrarse cual guerrillero, echando las manos por delante y arrastrando el cuerpo detrás, y a ponerse en posición de gateo y balancearse hacia adelante y hacia atrás como si no hubiera un mañana, cual loco en camisa de fuerza en la esquina de una habitación acolchada repitiendo "Yo he visto a Curro" sin cesar (¡guiño a los noventa!) Y el domingo, a 10 días de cumplir los 8 meses, decidió que ya estaba harta de pasarse el día en el mismo sitio y empezó a gatear, como digo, pero no como una principiante, ¡qué va! ¡Con decisión, porte y gallardía! ¡Como si llevase haciéndolo toda la vida (y hasta ahora se hubiese dedicado a engañarnos vilmente)! Y yo, que en una charla teléfonica el día anterior le había dicho a mi abuela entre risas que no, que el choopla no gateaba todavía tuve que retractarme y enviarle el vídeo prueba de los nuevos avances vía e-mail (que mi abuela es mu moderna) para que me espetase un predicho "¿Pero tú no decías que no gateaba?" "Pues no, abuela, es que AYER, no gateaba".

Se acabó la buena vida.

De verdad, ¿quién dijo que lo difícil es cuidar a un recién nacido, que se te va la vida en alimentarlo, cambiarle los pañales y vuelta a empezar? ¿Y que luego las cosas se van haciendo más fáciles? Con el choopla las cosas sólo van en una dirección, que es subir de intensidad hasta niveles insospechados por lo que Don Daddy y yo arrastramos las ojeras a la altura de los pies y el cansacio al nivel de la estratosfera, y a mí el día se me va en recoger al choopla de sus intentos de autoinfanticidio (véase rodarse contra una mesilla de noche con peligro de abrirse la chota contra el canto, comerse los cables de la tele enchufados, trepar por una mesa, pillarse los dedos en el armario, y un sinfín de verbos peligrosos en voz pasiva) y volverla a traer. Y sentarla en la manta. Y ver como se vuelve a alejar gateando a cien por hora con cara de velocidad. Y decirle "NO" bien alto, por si cuela (NO funciona). Y levantarme otra vez, y traérmela cual gato agarrada por la piel de la nuca (esto es una comparación, no prueben a hacerlo en casa). Y vuelta a empezar en un bucle infinito sólo interrumpido por dos micro siestas de diez minutos cada una, y la hora de la comida.

Porque claro, ahora que domina la movilidad y la vida no es tan aburrida, para el choopla que, salvo sus dos primeras semanas de vida, nunca fue gran fan de Morfeo, lo de dormir es el súmum del aburrimiento y lo evita de todas las maneras posibles (no sólo la siesta sino también el descanso nocturno), y al final lo que tengo es un choopla hiperactivo con ojeras, que no para de frotarse los ojos y se arrastra poseído por la casa, con cara de zombie feliz.

Y a Don Daddy lo único que se le ocurre para evitar que roya (¿se dice así?) los cables de la tele es desenchufarlos y permitir que les hinque la encía con tesón, para mi horror cuando lo descubro. Teoría "she will move on" porque Don Daddy piensa que, ya que pasa de sus juguetes, si se le permite jugar con el resto de las cosas, también acabará pasando de ellas de igual manera. Y yo que lo dude.

La locura ha llegado al desierto, para quedarse.

16 de abril de 2013

El arte del pañalerío

¡Mercedes va por usted!

Lo reconozco: os mentí. Sin premeditación ni alevosía, sino porque se me fue el santo al cielo, pero eso no anula la verdad innegable de que os mentí. ¿Cuándo?, diréis. Pues el jueves pasado. ¿En qué? Pues que en las compras que relataba de cachivaches para bebezolos, afirmé sin que me temblase el pulso que, por lo alto, yo me habría gastado 50 euros en el choopla. Es mentira, y es verdad... es mentira porque me gasté mucho más después, y es verdad si aplicamos la afirmación única y exclusivamente a las compras "pre-bebé".

¿Y en qué te gastaste tanto, mentirosilla? Pues, señoras y señores, (habiéndome llamado la atención mi mentora en exclusividad cuando en la página de facebook preguntaba yo por los cachivaches que os resultan imprescindibles) hete aquí la respuesta: ¡en pañales de tela! Sí, sí, de los que se lavan y se vuelven a usar, esos mismos.

Y si por si acaso se están llevando las manos a la cabeza y empezando a vocalizar el consabido oh my God mientras se imaginan tandas y tandas de gasas blancas atadas por imperdibles, como en la época de nuestras bisabuelas, apiñadas en una cesta y listas para ser lavadas (a mano, que queda más bucólico y más antiguo), aclaro también que los pañales de tela de hoy en día son una monisitud, y no requieren grandes cuidados, ni lavar y frotar a mano. Las gasas blancas también siguen existiendo, por supuesto, pero dada la edad del choopla cuando empezamos con el pañalerío, ya se nos quedaban cortas en tema de absorción, y tiramos más hacia la utilidad y la bonitez, eligiendo, entre los muchos tipos de pañales de tela que hay, los todo en dos (cobertor + absorbente) y centrándonos en los bitti tutto y Pop-In (hale, ¡publicidad descarada! ¡y eso que no me pagan comisión!).

Yo supe de este tipo de pañales por primera vez a través de un foro y, habiéndome imaginado (como seguramente habrán hecho ustedes) la mítica gasa con imperdible de los dibujos animados, me dije "¡en la vida!". Pasa que luego me entró la curiosidad y me puse a investigar, y a lo tonto a lo tonto, me hice un máster (como con los baberos) de todos los tipos de pañales habidos y por haber, me enamoré de su bonitez, y me dediqué a lavarle el cerebro a Don Daddy con la colaboración del culete del choopla, que como encima nos salió delicadita, se irritaba con todos los pañales desechables, sin importar cuántas marcas probásemos (¡ni con los repugnantes Pampers y su aromaterapia!) y, a poco para cumplir los dos meses de vida, dimos el salto.

No hay color. De verdad. Y no os estoy intentando lavar el cerebro a vosotros también, que total ni me va ni me viene (si me diesen comisión me lo pensaba...) pero he de decir que de verdad me quedé impresionada. Las rojeces del culito desaparecieron milagrosamente al poco de empezar a usar pañales (y no digo unos días, digo como que en el primer cambio) y los escapes de cacolas explosivas (sí, sí, esos que todos conocemos pero de los que nadie habla, los que llegan hasta el hombro del bebé aunque este, en su indigna y vergonzosa situación, quiera disimular y haga como si nada) también se esfumaron. En resumen, que no podría estar más contenta y que sí, que lo reconozco, que me gasté una pasta, pero bien que la estoy amortizando ya que la verdad, mi ajuar pañalero es más bien reducido (¡si me estoy apañando con 8 bitti tuttos y 2 Pop-In, soy malabarista!) y los desechables, aunque el desembolso parezca menor porque se hace a plazos, al final son una ruina.


Y chicas, nunca es tarde si la dicha es buena, y este post viene a cuento no sólo de retractarme de la mentira que les colé y de honrar a mi mentora pañalera, sino de comunicarles que ésta, ¡ésta y no otra! es la SEMANA MUNDIAL DE LOS PAÑALES DE TELA (Real Nappy Week)



Y para celebrarlo con dignidad, el 20 de abril, sábado, a las 11am se celebrará, en más de 17 países el mayor Cambio Simultáneo de Pañales de Tela del mundo mundial, con el objetivo de entrar en el Libro Guinnes de los Récords.

En España se celebrará el evento en Madrid, Valencia, Gijón, Huelva, Málaga, Cangas de Morrazo, Barcelona y Palma de Mallorca, ¡así que ya sabéis! No tenéis excusa para no acudir y colaborar en el cambio de pañal (las que vayáis, por favor, cambiad pañales en nombre mío y del choopla, ya que en el desierto carecemos de eventos tan ideales y este año nos quedamos sin participar).

Para dudas respecto al lugar del evento en sus diversas ciudades, pueden buscarlo en "Find a Location" en el link correspondiente, o pueden preguntarnos directamente a mí o al choopla aquí en los comentarios, en la página de Facebook o en twitter. Estaremos encantadas de ayudar en la medida de lo que nos sea posible.


¡Tela, SIEMPRE!

15 de abril de 2013

Gymkhana burocrática (3): audiencia ¿reservada?

Como lo prometido es deuda, aquí está la respuesta a la preguntaba que les formulaba en la anterior entrega de la gymkhana burocrática: ¡nos citaron para la entrevista nada más y nada menos que el 1 de agosto! (¿acertó alguien?)

¿Perdón? ¿He dicho el 1 de agosto?

Sí, sí, habéis leído bien.

Y es que es cierto, yo entregué los papeles la primera semana de abril. Así como es cierto también que en el registro desértico me juraron y perjuraron que la capacidad estaría en mis manos en 3 meses a más tardar. Pero oigan, a mí (que siempre se me han dado muy mal las mates, pero que lo más básico creo dominarlo) no me salen las cuentas. A ver, a ver,... hmmm... abril-mayo (1), mayo-junio (2), junio-julio (3)... agosto... agosto... ¿¡y agosto!? ¿EINS?

Como lo leen. Me juraron y perjuraron que el período de tres meses se publicaría el edicto, nos llamarían para la entrevista, y me entregarían el papel. ¡Y cuán grande sería mi sorpresa cuando (a principios de junio, para más INRI) recibo la citación para agosto! No me desmayé porque no lo quiso así el destino, y conste que de aquellas todavía no estaba curada de espanto.

Montando en cólera (no es para menos) mi progenitora llamó a su conocido consular para preguntar qué significaba esto, e indagar respecto a la posibilidad de cambiar la fecha, para recibir como respuesta que "ah, si te viene mejor antes, se cambia mujer" (y luego habrá quién niegue que España es un país de pandereta...). Así que hicimos una petición oficial, un documento muy serio, con mi número de DNI y todo, de esos que imponen mucho, y pedimos que se adelantase la fecha para que, al día siguiente nos dijesen que "vale, ¿y el 8 de junio, te viene bien el 8 de junio?". COOOOOOOOÑE, ¿si eso es pasado mañana? (gritó mi yo interior entrando en pánico) Pero como a estas oportunidades uno no le puede decir que no, porque da mucho miedo pensar en cómo se puede acabar de lo contrario, removí cielo y tierra para que Don Daddy se personase en tierra consular el día D a la hora H. ¡Ahora sí que sí! Yo no cabía en mí de gozo pensando que entraría por esa puerta con mi bolso de Dior y saldría en pos de un papel de mucho más valor que tamaño accesorio.

(El hecho de que, habiéndome citado para dos meses más tarde, pudieran adelantar la audiencia sin grandes aspavientos, lo que significa que por tiempo no sería, me lo voy a saltar porque se me hace mala sangre y ya se sabe que eso no es bueno para la tensión arterial)

Y llegó el día. Dos meses después de haber entregado los papeles, como bien recordaremos: el dossier en la ventanilla del registro y los documentos originales y traducidos de Don Daddy en la ventanilla de legalizaciones. Este es un detalle que parece nimio pero que se probará de gran importancia en los acontecimientos que estamos a punto de relatar.

¡Y allá nos fuimos! Con nuestras mejores galas, preguntándonos qué nos iban a preguntar, aunque suene redundante, y con mucha, mucha esperanza y, todo sea dicho, un poquito de nervios, porque eso de audiencia reservada suena muy adulto y muy serio, y da mucho miedito.

Tras hacernos esperar unos instantes en una salita con un sofá que bien podría datar del siglo quince, con reloj de cuco a juego, y cuando el ambiente medieval ya empezaba a colárseme en las venas, me llamaron a mí primero. Y allá me fui, detrás del encargado. El mismo hombre bucólico que me había dicho lo de los tres meses y había resoplado cuando le dije que yo antes vivía en Tokyo. Y no di crédito. La audiencia "reservada" tuvo lugar no en un despacho y a solas con el individuo en cuestión, sino en una oficina común, de cuatro metros cuadrados si no menos, donde habían apiñado cuatro escritorios (con sus consiguientes funcionarios), y como estaban pegados uno al otro, yo tuve que someterme al tercer grado sentada detrás de mi entrevistador, que recitaba las preguntas con letanía a la que yo respondía con sarcasmo mirándole la nuca y conteniendo la risa, mientras el resto de funcionarios fingían hacer sus labores pero escuchaban con atención y la mirada perdida. Yo, de aquellas, conocía este acontecimiento como la entrevista, hasta que una amiga me sacó de mi ignorancia informándome de que, en efecto, se llamaba audiencia reservada. Lo que yo me pregunto es si el consulado habrá consultado a la RAE antes de aplicar el adjetivo, porque o bien yo me he quedado antigua, o de reservada tiene lo que un colmenar de abejas en plena primavera.

Terminadas las preguntas de rigor, cambiamos de jugador. A mí me echan y entra Don Daddy. Y terminadas las preguntas que le hicieron a él, me llaman a mí de nuevo para confirmar que sí, que queremos casarnos. ("Ay, calla, no, que he cambiado de opinión... ¡No te j***!")

Pero el golpe final está por llegar.

No contentos con el lío de la citación y la fecha, ni con hacernos una audiencia reservada más pública que un concierto de Shakira, el encargado demostró su sumo desinterés cuando, al final, abrió nuestro dossier diciendo "Vamos a ver si está todo", momento en el que se encendió una alarma en mi cabeza. ¡Señor, que este dossier lo entregué hace dos meses! ¿Me está diciendo que en dos meses no se ha molestado ni en hacer que lo ojeaba? ¿DE VERDAD? Pasa la solicitud, bien. Pasan mis certificados, bien. Y de repente se le nubla la mirada... "Los documentos de Don Daddy no están" afirma, compungido. ¿PERDÓN? Y aquí, la mosca que llevaba dos meses anidada tras mi oreja, hace su entrada triunfal: "Los entregué hace dos meses en la ventanilla de legalizaciones, después de entregar el dossier, y ellos me dijeron que cuando estuvieran listos los pondrían con el resto de los documentos". "Ah" contesta el hombre, iluminándosele de nuevo la sonrisa "entonces estarán allí todavía".

¿QUÉ? A día de hoy todavía tengo la mandíbula desencajada.

Para rematarlo, y después de hacernos firmar un papel en el que reiterábamos nuestra intención de casarnos, el tipo nos dijo que entonces enviarían el edicto a Tokyo y que cuando volviese ya me llamarían para darme la capacidad. (La historia original era que el edicto sería publicado por 15 días antes de hacernos la entrevista, ¡y no me digais que en dos meses no tuvieron tiempo!) Aquí, antes de desesperar, tuve la ocurrencia de preguntar que entonces cuánto tardaría (veamos, si el edicto lo ponen 15 días, y entre que va y viene... como mucho, ¡como mucho! un mes, ¿no?) "No sé, no sé, dos o tres meses" afirma, sin consternación. Y aquí, una señora funcionaria que estaba en el escritorio de enfrente (recordemos que esto de reservado, lo mismo que la pescadería) se unió a la cantinela rotunda y tirando por lo alto dijo que tres meses. Ni que Japón estuviese en Marte.

Y así fue como perdí la poca confianza que me quedaba en el consulado, y salí de allí con un nudo en el estómago y la certeza de que, a partir de ese momento, el tiempo no sólo corría en mi contra, sino que yo llevaba todas las de perder.

11 de abril de 2013

El babero: ese gran desconocido

Cuando a una la visita la maternidad, así de repente, se produce un cortocircuito en el cerebro que incita al consumismo y al ansia de poseer todas las monisitudes para bebés que se cruzan en tu camino. Hay momentos en los que todo, absolutamente todo, se convierte en un básico, fondo de armario, imprescindible, y así es como se comienzan a acumular en tu casa, como en un juego de tetris imposible, cachivaches y artilugios variados (muchos de ellos de utilidad limitada o desconocida).

Yo, que ya de por sí disfruto del shopping en estado natural, sólo me he salvado de este extraño fenómeno porque en el desierto tenemos muy pocas tiendas dignas (lo que se traduce en "antes muerta que sencilla/barata/hortera/me seguís, ¿no?), así que me limité a ir recibiendo monisitudes en herencia varia o en forma de obsequios de amigas y otras almas caritativas. A lo tonto, a lo tonto, me encontré con que tenía ya cuna, carro, mochila (más tarde fular, pero esto es otra historia), hamaca, bañera/cambiador de Hello Kitty, toallas, trona... ¡hasta esterilizador para biberones nuevecito y de Avent! (los que conocéis la historia del sippy sabéis que soy muy pijita para estas cosas) y lo que es más importante, toneladas de ropa de todas las edades (y no exagero, es a día de hoy que al choopla sólo le hemos comprado una cantidad de bodies que podría contar con los dedos de una mano, y por vicio, no por necesidad). Lo único en lo que realmente yo invertí fueron 3 biberones (por si las flies, prefería tenerlos listos para caso de emergencia por si me salía rana la lactancia), termómetro (Avent, of course, normal y de chupete), set de cortauñas/tijerita/lima y set de cepillo/peine. Creo que me gasté 50 euros, tirando por lo alto.

Lo sé, seguro que estais haciéndome vudú y odiándome por suertuda, pero tengan siempre en cuenta que gran cantidad de cachivaches no es igual a mejor, sobre todo cuando resulta que los vas dejando de usar a los pocos meses y pasan de ser "imprescindibles objetos de deseo" a "quítame este trasto de en medio". Y os lo digo yo que, por tener, tengo hasta silla grupo 0+1 para el coche, y carezco de automóvil...

El caso es que entre tanta cosa, y aquí tocamos el tema del título, resulta que a la menda jamás se le pasó por la cabeza hacerse con un mísero babero. Y mira tú que cuando una piensa en bebés, en su ignorancia, el babero siempre es el adosado imprescindible del biberón, pero como que al final se queda de segundón y todo el mundo se olvida de él o de su utilidad, y lo más siniestro: de sus exóticas variedades y la importancia de saberlo utilizar con maestría.

He de reconocer que los primeros meses de  vida del choopla renegué de los baberos. No sabía para qué servían y me parecían un estorbo, una inutilidad, el elemento más prescindible de todo este conjunto. Y no es que no tuviera, ¿eh? Porque que yo no me molestase en buscarlos no quiere decir que no me viniesen dados. Recibí dos de una amiga de la bisabuela del choopla, muy bonitos, bordados con punto de cruz, de esos que te da penita usar y, aparte de estos, tenía 2 más tamaño recién nacido de atar en el cuello y 5 más grandes de velcro cortesía de la abuela del choopla. Y durante meses estuvieron a verlas venir, de decoración costumbrista encima de la cómoda.

Y llegó la hora de la verdad: la introducción de la alimentación complementaria o lo que es lo mismo, el inicio del guarreo. Feliz de mí, le puse al choopla uno de los baberos grandes con velcro. Como son mixtos (con tela por delante y plástico por detrás) no debería mancharse la ropa. Me congratulé de mi propio ingenio y me di un par de palmaditas mentales en la espalda. Y como es de esperar, funcionó. A priori. He de aclarar aquí que en la casa del desierto no damos ni potitos ni purés, ni nada con esa consistencia pastosa y ese color indefinido y dudoso que oculta los ingredientes del mejunje. La comida es comida: en trozos. Y como las primeras semanas el choopla no era muy diestro en esto de agarrar la materia prima y llevársela a la boca (se le solía caer antes de llegar a ningún sitio) los baberos lucían resplandecientes y yo creía que cumplían su función (por si todavía no se habían dado cuenta en las entregas de la gymkhana burocrática, mi ingenuidad puede llegar a límites insospechados).

Pero pasaron los días, y las semanas, y el choopla le cogió el truquillo y ya nada se le resistió, y cuando digo nada no me limito a un plátano o una fresa: ¡no, no! Digo canelones de espinacas con ricotta, fideos chinos salteados con repollo, patatas "fritas" al horno, espaguetis con tomate, fajitas de pollo,... ¡y llegó la debacle! Comida en el pelo, en la ropa, y sospechosos restos de plátano esmagado mezclados con bechamel y aderezados con zumo de naranja adheridos al babero cual pegote repugnante. (Y cuando digo al babero, digo al babero y también a las piernas del pijama) Sobra decir que los baberos lucen, a día de hoy, heridas de guerra y restos de sus batallas porque, pese a mi empeño en despegarles restos, frotar y lavar en lavadora como si no hubiera un mañana, hay manchas que ya se han empadronado. De monos nada, monada.

Ocurre que, cuando ya empezaba a lamentarme de mi destino y a casi, casi empezar a sopesar los siniestros purés (harta de tener los puños de los bodies adornados por lamparones de fruta, pese a arremangárselos casi hasta el hombro) descubrí (o debo decir, me iluminaron con) los baberos de plástico. Los hay de todas formas y colores, con mangas, sin mangas, sólo para la pechera, cual chaleco, con bolsillo recogecomidaescapista... ¡las delicias de todas aquellas que estamos hartas de los baberos tradicionales que no sirven para nada! ¡Ahora sí! ¡El frotar se va a acabar! Y como no podía encontrarlos en el desierto, dos ángeles me los enviaron desde la tierra de la piel de toro.

Y ahora el choopla come embutida en un plástico con mangas, y se vuelve más loca con el babero que con la comida, pero yo respiro tranquila (para qué mentir, sufría más pensando en los lamparones de la ropa que fantaseando con la idea de que el choopla se atragantase) y Don Daddy nos mira escéptico desde su silla.

¿Quién me iba a decir que iba a tener que hacerme un máster en baberos, a trancas y barrancas, con prácticas incluídas de ensayo y error?

¡Quedáis advertidas! ¿Qué cuna, ni qué carro, ni qué hamaca, ni qué bodies en cantidades industriales? ¡No, no, no! Lo que necesitais son baberos, divididos por clases, tipos y utilidad.

Y el que avisa no es traidor.

8 de abril de 2013

Gymkhana burocrática (2): la capacidad.


*Ésta es la continuación de la entrada anterior "Gymkhana burocrática". Si todavía no la has leído (y te come la curiosidad y el ansia de saber) pincha aquí.


Habiendo leído en foros aquí y allá que hacerme con la capacidad llevaría más de medio año, y habiendo posteriormente hablado con el tipo del registro civil en el consulado del desierto, ingenua de mí creí que tomarían mi caso en cuenta para hacer una excepción. Buuuu. Error.


Aquí nos encontramos con la prueba de destreza numero 1: para adquirir la capacidad es necesario reunir un sinfín de documentos (certificados de nacimiento, residencia, soltería, y DNI de ambos contrayentes) y entregarlos con la solicitud debidamente rellenada. (Y digo yo, con todos estos papeles, ¿no pueden ya casarnos directamente?)

Los documentos en un idioma diferente del español, además, han de ser debidamente traducidos por un traductor jurado y posteriormente legalizados en el Tribunal de Primera Instancia, el Ministerio del Exterior, y el propio Consulado. Carrera de obstaculos con todos los entretenimientos característicos, como se puede apreciar.

Total, que sin meterme en los detalles escabrosos, diré que conseguimos reunir los papeles (¡y sin tener que sobornar a nadie!) para que, cuando los fui a entregar en la ventanilla de legalizaciones del consulado (habiendo entregado la solicitud pertinente en otra ventanilla, la del registro civil) me digan que falta una firma en una legalización. Que lo lleve de nuevo a legalizar (al ministerio de asuntos exteriores, a eso de una hora de lejos, y además cuando ya habrían cerrado) Hale, ¡otro paseíto! 

Al final, consegui entregarlo todo al dia siguiente y me alejé medio confiada, medio con la mosca detrás de la oreja, poniendo en duda las palabras del amable ventanillero que me aseguraba que una vez legalizados los documentos, los pasarían al registro civil para juntarlos con el resto del dossier ya entregado. Más tarde, se confirmaría que la mosca tenía razón.

Superada la prueba de destreza y logística, algo tan nimio como reunir los documentos pertinentes y entregarlos, pasamos a la prueba número 2, la de la paciencia interminable.

El proceso normal para conseguir la capacidad pasa por la emisión de un edicto por parte del consulado comunicando la inminente unión (en plan, "Fulanita de tal y Mengano de cual tienen pensado casarse, si alguien tiene algo en contra que hable ahora o calle para siempre"), que se expone durante 15 días en el tablón de anuncios del consulado y del ayuntamiento (si es en España) o embajada/consulado pertinente (fuera de España) correspondiente a la localidad donde el contrayente español haya residido en los dos últimos años. En mi caso, en la embajada española en Tokyo, ni más ni menos.  Deberían ustedes haber visto la cara del tipo del registro civil cuando me espetó: "Vamos a ver, ¿tú donde vivías antes?" y yo le contesté "En Tokyo" como quien dice Valdemorrillo de Arriba... Aquí un nuevo escalofrío me recorrió la espalda, al ver cómo el hombre resoplaba como si le hubiera dicho que llevase el edicto a nado a las islas japonesas. Sin embargo, enseguida se recompuso para explicarme que entonces enviarían el edicto a esa embajada para que lo expusieran durante 15 días y después lo devolviesen al desierto. Pasado este tiempo, se nos citaría para una entrevista, a mí y a Don Daddy, para confirmar nuestra aptitud para recibir la capacidad (aquí hacemos un kit-kat de indignación de nuevo, ¿¡pero quién es el estado español para decidir con quién puedo casarme?!). Y posteriormente se nos entregaría el papelucho.

Así, a priori, parece todo muy fácil. Muy bucólico y pastoril. Mandan el edicto 15 días, viene de vuelta, nos entrevistan y ¡zas! papel en mano y cientos de pájaros volando.

Pero hoy en día puedo decir sin temor a equivocarme que esto no es más que una engañifa.

Poniendo que entregamos la solicitud a principios de abril, y calculando así por encima con los datos que les he proporcionado, ustedes ¿cuándo creen que nos hicieron la entrevista? ¿cuándo creen que nos dieron el papel de marras? ¡¡¡¡Se admiten apuestas!!!! La respuesta se hará pública el lunes que viene.

4 de abril de 2013

África no es todo Somalia

Sobre métodos de crianza hay mucho escrito, pero ninguna prueba irrefutable de que uno sea mejor por encima de todos los demás, o de que alguien posea la verdad absoluta sobre el tema. Y sin embargo, las trifulcas en un todos contra todos alocado que podría confundirse con una pelea de gatas, están a la orden del día.

Leía, hace unos días, en un foro que suelo visitar, una eterna disputa (¡más de 200 posts!) sobre la crianza natural (o con apego, o respetuosa; no la tienda) y el término "madres matrix", que parece ser fue acuñado hace años para hacer referencia a la "caída del guindo" (cito textualmente) de algunas mamás cuando descubren que hay otra manera de hacer las cosas, que se puede coger al nene cuando llora, que no es malo dar la teta ni dormir con él, y una larga lista de etcétera. Hoy día, el término se usa despectivamente (por parte de algunas) para referirse a esas mamás que dan biberón, ponen al niño en la cuna a dormir en su propio cuarto a los dos meses y no lo cogen cuando llora "porque tiene que ensanchar los pulmones", "porque se acostumbra" o por alguna otra razón inverosímil; y ha acabado convirtiéndose en una caja de Pandora que desata acalorados debates.

Y allí estaba una, leyendo sin decir ni pío, cuando se topó con un rocambolesco comentario en el cual, la autora, defendía a esas mamás que tienen derecho a hacer lo que les da la gana sin que nadie les imponga motes (y mucho menos las desprecie) con toda la razón del mundo... para pegarse el gran batacazo en el siguiente párrafo haciendo la siguiente afirmación, que resumo sin citar textualmente porque me da pereza, pero que básicamente decía que: en África, las mamás llevan al niño colgado de un trapo o de la teta todo el día, porque no tienen más opciones (oyoyoyoyoy pésima, la situación de la mamá africana, por lo que se ve) y además, no me las imagino debatiendo cuál trapo es el mejor, o si el niño va mejor colgado delante o a la cadera, o la marca de los pañales.

Plas, plas, y plas (aplaudo)

¿He dicho que aplaudo?

Muy cierto. Pero si bien el comentario (aunque faltón aquí y allá) iba muy bien encaminado en plan "dejemos de sacarnos los ojos unas a otras, coñe ya", ahí la cagó. Estrepitosamente, además, diría yo.

¿Por qué? Dirán ustedes. ¿No es verdad acaso que la mujer africana vive en condiciones precarias, no tiene qué llevarse a la boca, lleva al niño desnudo y sin pañales colgado de su torso, también desnudo, exponiéndose a intempestivos pipís (por no decir algo peor) y las tetas colganderas por amamantarlo hasta la casi mayoría de edad? (por ponernos en el extremo, digo).

¿La mujer africana DE DÓNDE, PERDÓN? Porque la casa del desierto, por si alguna no lo había averiguado todavía, está en África y yo no he visto todavía a ninguna de esas mujeres. Africanas veo, sí. Es más, las veo paseando a sus vástagos en infames mochilas colgonas algunas, carritos la mayoría, y suelo ser yo la única que lleva un choopla atado al cuerpo con un fular. Porque en la casa del desierto somos pro-crianza natural (o como diría Don Daddy: "very organic"), pero no porque vivimos en África y, ¡oh pobres de nosotros! no tenemos otra opción, si no porque, al igual que otras mamis partidarias de la crianza natural all around the globe, hemos sopesado el tema y tomado ciertas decisiones.

... Ah, ¿perdón? ¿Que hablabas de una tribu somalí, bien perdida en el desierto más profundo? ¿La que usan para ablandar vuestros corazoncitos occidentales a la hora de la comida, llenándoos los espacios publicitarios de niños desnutridos?

Eso ya es otra cosa.

A lo que iba: que esta señora la cagó. Estrepitosamente.

¿Por qué? Porque si bien como ejemplo no quedaba mal para enviar el mensaje de "hay cosas más importantes en qué pensar que estas banalidades, lo importante es el bienestar y la felicidad de los chooplas y el resto debería darnos igual, y no deberíamos estar de uñas unas con otras", la generalización fue bastante desafortunada. Porque si bien presentaba a esa idílica, mitificada (y muerta de hambre) mujer africana como el colmo de la sabiduría por no preocuparse por estas nimiedades, a la vez enviaba otro mensaje tremendamente despreciativo: que son así porque no tienen qué llevarse a la boca, que no es una elección propia, que son inferiores, de algún modo, a la sofisticada mamá occidental, que además de elegir, tiene tiempo para debatir estupideces mientras se lima las uñas. PUES NO CUELA.

Es más, si quería decir "dejemos de debatir banalidades cuando hay gente que no tiene qué llevarse a la boca", no hacía falta saltar de continente, ni cambiar de país; ¿acaso no hay cada día más gente en España en el umbral de la pobreza? No dudo de que en España también haya mujeres que duerman con sus bebés porque no tienen para una cuna. Lo que pasa es que es mejor irnos a los extremos, a lo desconocido, porque parece que impone más.

África no es todo Somalia, ni las mamás partidarias de la crianza natural son talibanes que arrasan con todo lo contrario a sus convicciones (como se quiere hacer creer), ni las mamás "matrix" (con cariño, porque no me sé ningún otro nombre para definir el "grupo") son todas unas insensibles que no dan el pecho porque se les cae, y no cogen al niño cuando llora porque no se les estremece su corazoncito, que digo yo que lo tendrán.

¿Y con esto que quiero decir? Pues que la ignorancia es muy atrevida, señores, y es a su vez la mamá de las generalizaciones que no hacen más que extender prejuicios día sí y día también.

Y ahora yo me pregunto. ¿Está mamá ignorancia, será "matrix", o natural, o aprendiz de la escuela de la cienciología? ¿o....?

1 de abril de 2013

Gymkhana burocrática (1)

Los que me conocen lo saben: hace ya casi un año que vivo sin vivir en mí en una vorágine burocrática que ríete tú de las cosas de palacio (que ya se sabe que van despacio). Un año de esperanzas y batacazos, de papeles y más papeles, de certificados de nacimiento al por mayor y de penales al peso, combinados con traducciones y legalizaciones para aburrir a un santo, todo para que las instituciones responsables me den largas una y otra vez, granjeándose mi animosidad y alevosía.

El resultado de todo esto es que después de 10 meses de papeleo (y espera) el día 28 de febrero el juzgado del desierto dictaminaba que Don Daddy y una servidora están casados, pero se negaban a expedir un certificado de matrimonio de manera inmediata, por lo que el choopla sigue, a unas semanas de cumplir los 8 meses, sin registrar. O lo que es lo mismo, que legalmente no existe. Una risa. (Cruzo los dedos esperando por fin solucionar este tema este mes)

El caso es que quería compartir esta aventura con todos ustedes, no sólo para desahogarme sino (para qué mentir) para vengarme sutilmente de todas las injurias consulares que ha sufrido mi persona a lo largo de estos meses.

Así que siéntense, relájense, tráiganse unas palomitas y disfruten: empieza el espectáculo, a partir de ahora también conocido como la gymkhana burocrática.

Cuando me enteré de mi embarazo, a mediados de enero de 2012 (después de sufrir náuseas y mareos "matutinos" las 24 horas del día, 7 días a la semana, durante un par de semanas... lenta de entendederas que es una) Don Daddy y yo decidimos dar el paso y casarnos. Este era un tema del que habíamos hablado sin concretar con anterioridad, pero dado que el desierto se rige por leyes hasta entonces desconocidas para mí, y que sin matrimonio de por medio el choopla no podría lucir el impronunciable apellido de su progenitor, quien, por otro lado, tenía todas las papeletas de convertirse en convicto por engendrar hijos bastardos, tras sopesar los pros y los contras, decidimos llevarlo a cabo sin dilación. ¡Alegría, alegría! ¡Vivan los novios!

Así que, no recuerdo si a finales de enero o principios de febrero, me planté en el consulado español del desierto para solicitar algunos papeles que necesitaba, siendo el más importante de ellos el certificado de capacidad matrimonial (solamente este papel me daría para un post de divagaciones respecto a quién es el estado español para decidir con quién o con qué tengo derecho a casarme, pero eso es otra peliaguda historia).

Tras haber leído en varios foros los comentarios de gente en una situación semejante a la nuestra (pero sin feto-choopla de por medio) la desesperación se había apoderado de mí. La mayoría de la gente hablaba de esperas de más de medio año para hacerse con la capacidad (como llamaremos a partir de ahora amistosamente al papelucho, ya que tiene un nombre muy largo). Aquí una se puso a hacer cuentas y dado que estábamos en febrero, y la fecha prevista para el nacimiento del choopla era principios de septiembre, al no cuadrarme los números, entré en bucle de taquicardias e hiperventilación.

Entonces apareció mi progenitora, haciendo alarde del conocimiento de algunos individuos en el consulado desértico (del desierto, no de que no haya gente en él) e instándome a entrevistarme con alguno de ellos, para que agilizaran el proceso.

Y como iba diciendo, me planté en el consulado. Y hablé con el enchufe. Y el enchufe me presentó al tipo del registro civil. Y el tipo del registro civil, una vez escuchado mi caso, sonrió bucólicamente con la mirada perdida en el horizonte y afirmó que el proceso tardaría 3 meses, y me daría tiempo a casarme antes de que el choopla viniese a este mundo. Y todo sería paz y amor. Y yo, ingenua de mí, LE CREÍ.






*Dada la longitud de la entrada y para mantener el suspense, que sé que os mola, os iré contando las diferentes fases y pruebas de destreza de esta gymkhana surrealista en varias entregas. ¡Compartamos la indignación!