15 de abril de 2013

Gymkhana burocrática (3): audiencia ¿reservada?

Como lo prometido es deuda, aquí está la respuesta a la preguntaba que les formulaba en la anterior entrega de la gymkhana burocrática: ¡nos citaron para la entrevista nada más y nada menos que el 1 de agosto! (¿acertó alguien?)

¿Perdón? ¿He dicho el 1 de agosto?

Sí, sí, habéis leído bien.

Y es que es cierto, yo entregué los papeles la primera semana de abril. Así como es cierto también que en el registro desértico me juraron y perjuraron que la capacidad estaría en mis manos en 3 meses a más tardar. Pero oigan, a mí (que siempre se me han dado muy mal las mates, pero que lo más básico creo dominarlo) no me salen las cuentas. A ver, a ver,... hmmm... abril-mayo (1), mayo-junio (2), junio-julio (3)... agosto... agosto... ¿¡y agosto!? ¿EINS?

Como lo leen. Me juraron y perjuraron que el período de tres meses se publicaría el edicto, nos llamarían para la entrevista, y me entregarían el papel. ¡Y cuán grande sería mi sorpresa cuando (a principios de junio, para más INRI) recibo la citación para agosto! No me desmayé porque no lo quiso así el destino, y conste que de aquellas todavía no estaba curada de espanto.

Montando en cólera (no es para menos) mi progenitora llamó a su conocido consular para preguntar qué significaba esto, e indagar respecto a la posibilidad de cambiar la fecha, para recibir como respuesta que "ah, si te viene mejor antes, se cambia mujer" (y luego habrá quién niegue que España es un país de pandereta...). Así que hicimos una petición oficial, un documento muy serio, con mi número de DNI y todo, de esos que imponen mucho, y pedimos que se adelantase la fecha para que, al día siguiente nos dijesen que "vale, ¿y el 8 de junio, te viene bien el 8 de junio?". COOOOOOOOÑE, ¿si eso es pasado mañana? (gritó mi yo interior entrando en pánico) Pero como a estas oportunidades uno no le puede decir que no, porque da mucho miedo pensar en cómo se puede acabar de lo contrario, removí cielo y tierra para que Don Daddy se personase en tierra consular el día D a la hora H. ¡Ahora sí que sí! Yo no cabía en mí de gozo pensando que entraría por esa puerta con mi bolso de Dior y saldría en pos de un papel de mucho más valor que tamaño accesorio.

(El hecho de que, habiéndome citado para dos meses más tarde, pudieran adelantar la audiencia sin grandes aspavientos, lo que significa que por tiempo no sería, me lo voy a saltar porque se me hace mala sangre y ya se sabe que eso no es bueno para la tensión arterial)

Y llegó el día. Dos meses después de haber entregado los papeles, como bien recordaremos: el dossier en la ventanilla del registro y los documentos originales y traducidos de Don Daddy en la ventanilla de legalizaciones. Este es un detalle que parece nimio pero que se probará de gran importancia en los acontecimientos que estamos a punto de relatar.

¡Y allá nos fuimos! Con nuestras mejores galas, preguntándonos qué nos iban a preguntar, aunque suene redundante, y con mucha, mucha esperanza y, todo sea dicho, un poquito de nervios, porque eso de audiencia reservada suena muy adulto y muy serio, y da mucho miedito.

Tras hacernos esperar unos instantes en una salita con un sofá que bien podría datar del siglo quince, con reloj de cuco a juego, y cuando el ambiente medieval ya empezaba a colárseme en las venas, me llamaron a mí primero. Y allá me fui, detrás del encargado. El mismo hombre bucólico que me había dicho lo de los tres meses y había resoplado cuando le dije que yo antes vivía en Tokyo. Y no di crédito. La audiencia "reservada" tuvo lugar no en un despacho y a solas con el individuo en cuestión, sino en una oficina común, de cuatro metros cuadrados si no menos, donde habían apiñado cuatro escritorios (con sus consiguientes funcionarios), y como estaban pegados uno al otro, yo tuve que someterme al tercer grado sentada detrás de mi entrevistador, que recitaba las preguntas con letanía a la que yo respondía con sarcasmo mirándole la nuca y conteniendo la risa, mientras el resto de funcionarios fingían hacer sus labores pero escuchaban con atención y la mirada perdida. Yo, de aquellas, conocía este acontecimiento como la entrevista, hasta que una amiga me sacó de mi ignorancia informándome de que, en efecto, se llamaba audiencia reservada. Lo que yo me pregunto es si el consulado habrá consultado a la RAE antes de aplicar el adjetivo, porque o bien yo me he quedado antigua, o de reservada tiene lo que un colmenar de abejas en plena primavera.

Terminadas las preguntas de rigor, cambiamos de jugador. A mí me echan y entra Don Daddy. Y terminadas las preguntas que le hicieron a él, me llaman a mí de nuevo para confirmar que sí, que queremos casarnos. ("Ay, calla, no, que he cambiado de opinión... ¡No te j***!")

Pero el golpe final está por llegar.

No contentos con el lío de la citación y la fecha, ni con hacernos una audiencia reservada más pública que un concierto de Shakira, el encargado demostró su sumo desinterés cuando, al final, abrió nuestro dossier diciendo "Vamos a ver si está todo", momento en el que se encendió una alarma en mi cabeza. ¡Señor, que este dossier lo entregué hace dos meses! ¿Me está diciendo que en dos meses no se ha molestado ni en hacer que lo ojeaba? ¿DE VERDAD? Pasa la solicitud, bien. Pasan mis certificados, bien. Y de repente se le nubla la mirada... "Los documentos de Don Daddy no están" afirma, compungido. ¿PERDÓN? Y aquí, la mosca que llevaba dos meses anidada tras mi oreja, hace su entrada triunfal: "Los entregué hace dos meses en la ventanilla de legalizaciones, después de entregar el dossier, y ellos me dijeron que cuando estuvieran listos los pondrían con el resto de los documentos". "Ah" contesta el hombre, iluminándosele de nuevo la sonrisa "entonces estarán allí todavía".

¿QUÉ? A día de hoy todavía tengo la mandíbula desencajada.

Para rematarlo, y después de hacernos firmar un papel en el que reiterábamos nuestra intención de casarnos, el tipo nos dijo que entonces enviarían el edicto a Tokyo y que cuando volviese ya me llamarían para darme la capacidad. (La historia original era que el edicto sería publicado por 15 días antes de hacernos la entrevista, ¡y no me digais que en dos meses no tuvieron tiempo!) Aquí, antes de desesperar, tuve la ocurrencia de preguntar que entonces cuánto tardaría (veamos, si el edicto lo ponen 15 días, y entre que va y viene... como mucho, ¡como mucho! un mes, ¿no?) "No sé, no sé, dos o tres meses" afirma, sin consternación. Y aquí, una señora funcionaria que estaba en el escritorio de enfrente (recordemos que esto de reservado, lo mismo que la pescadería) se unió a la cantinela rotunda y tirando por lo alto dijo que tres meses. Ni que Japón estuviese en Marte.

Y así fue como perdí la poca confianza que me quedaba en el consulado, y salí de allí con un nudo en el estómago y la certeza de que, a partir de ese momento, el tiempo no sólo corría en mi contra, sino que yo llevaba todas las de perder.

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