11 de abril de 2013

El babero: ese gran desconocido

Cuando a una la visita la maternidad, así de repente, se produce un cortocircuito en el cerebro que incita al consumismo y al ansia de poseer todas las monisitudes para bebés que se cruzan en tu camino. Hay momentos en los que todo, absolutamente todo, se convierte en un básico, fondo de armario, imprescindible, y así es como se comienzan a acumular en tu casa, como en un juego de tetris imposible, cachivaches y artilugios variados (muchos de ellos de utilidad limitada o desconocida).

Yo, que ya de por sí disfruto del shopping en estado natural, sólo me he salvado de este extraño fenómeno porque en el desierto tenemos muy pocas tiendas dignas (lo que se traduce en "antes muerta que sencilla/barata/hortera/me seguís, ¿no?), así que me limité a ir recibiendo monisitudes en herencia varia o en forma de obsequios de amigas y otras almas caritativas. A lo tonto, a lo tonto, me encontré con que tenía ya cuna, carro, mochila (más tarde fular, pero esto es otra historia), hamaca, bañera/cambiador de Hello Kitty, toallas, trona... ¡hasta esterilizador para biberones nuevecito y de Avent! (los que conocéis la historia del sippy sabéis que soy muy pijita para estas cosas) y lo que es más importante, toneladas de ropa de todas las edades (y no exagero, es a día de hoy que al choopla sólo le hemos comprado una cantidad de bodies que podría contar con los dedos de una mano, y por vicio, no por necesidad). Lo único en lo que realmente yo invertí fueron 3 biberones (por si las flies, prefería tenerlos listos para caso de emergencia por si me salía rana la lactancia), termómetro (Avent, of course, normal y de chupete), set de cortauñas/tijerita/lima y set de cepillo/peine. Creo que me gasté 50 euros, tirando por lo alto.

Lo sé, seguro que estais haciéndome vudú y odiándome por suertuda, pero tengan siempre en cuenta que gran cantidad de cachivaches no es igual a mejor, sobre todo cuando resulta que los vas dejando de usar a los pocos meses y pasan de ser "imprescindibles objetos de deseo" a "quítame este trasto de en medio". Y os lo digo yo que, por tener, tengo hasta silla grupo 0+1 para el coche, y carezco de automóvil...

El caso es que entre tanta cosa, y aquí tocamos el tema del título, resulta que a la menda jamás se le pasó por la cabeza hacerse con un mísero babero. Y mira tú que cuando una piensa en bebés, en su ignorancia, el babero siempre es el adosado imprescindible del biberón, pero como que al final se queda de segundón y todo el mundo se olvida de él o de su utilidad, y lo más siniestro: de sus exóticas variedades y la importancia de saberlo utilizar con maestría.

He de reconocer que los primeros meses de  vida del choopla renegué de los baberos. No sabía para qué servían y me parecían un estorbo, una inutilidad, el elemento más prescindible de todo este conjunto. Y no es que no tuviera, ¿eh? Porque que yo no me molestase en buscarlos no quiere decir que no me viniesen dados. Recibí dos de una amiga de la bisabuela del choopla, muy bonitos, bordados con punto de cruz, de esos que te da penita usar y, aparte de estos, tenía 2 más tamaño recién nacido de atar en el cuello y 5 más grandes de velcro cortesía de la abuela del choopla. Y durante meses estuvieron a verlas venir, de decoración costumbrista encima de la cómoda.

Y llegó la hora de la verdad: la introducción de la alimentación complementaria o lo que es lo mismo, el inicio del guarreo. Feliz de mí, le puse al choopla uno de los baberos grandes con velcro. Como son mixtos (con tela por delante y plástico por detrás) no debería mancharse la ropa. Me congratulé de mi propio ingenio y me di un par de palmaditas mentales en la espalda. Y como es de esperar, funcionó. A priori. He de aclarar aquí que en la casa del desierto no damos ni potitos ni purés, ni nada con esa consistencia pastosa y ese color indefinido y dudoso que oculta los ingredientes del mejunje. La comida es comida: en trozos. Y como las primeras semanas el choopla no era muy diestro en esto de agarrar la materia prima y llevársela a la boca (se le solía caer antes de llegar a ningún sitio) los baberos lucían resplandecientes y yo creía que cumplían su función (por si todavía no se habían dado cuenta en las entregas de la gymkhana burocrática, mi ingenuidad puede llegar a límites insospechados).

Pero pasaron los días, y las semanas, y el choopla le cogió el truquillo y ya nada se le resistió, y cuando digo nada no me limito a un plátano o una fresa: ¡no, no! Digo canelones de espinacas con ricotta, fideos chinos salteados con repollo, patatas "fritas" al horno, espaguetis con tomate, fajitas de pollo,... ¡y llegó la debacle! Comida en el pelo, en la ropa, y sospechosos restos de plátano esmagado mezclados con bechamel y aderezados con zumo de naranja adheridos al babero cual pegote repugnante. (Y cuando digo al babero, digo al babero y también a las piernas del pijama) Sobra decir que los baberos lucen, a día de hoy, heridas de guerra y restos de sus batallas porque, pese a mi empeño en despegarles restos, frotar y lavar en lavadora como si no hubiera un mañana, hay manchas que ya se han empadronado. De monos nada, monada.

Ocurre que, cuando ya empezaba a lamentarme de mi destino y a casi, casi empezar a sopesar los siniestros purés (harta de tener los puños de los bodies adornados por lamparones de fruta, pese a arremangárselos casi hasta el hombro) descubrí (o debo decir, me iluminaron con) los baberos de plástico. Los hay de todas formas y colores, con mangas, sin mangas, sólo para la pechera, cual chaleco, con bolsillo recogecomidaescapista... ¡las delicias de todas aquellas que estamos hartas de los baberos tradicionales que no sirven para nada! ¡Ahora sí! ¡El frotar se va a acabar! Y como no podía encontrarlos en el desierto, dos ángeles me los enviaron desde la tierra de la piel de toro.

Y ahora el choopla come embutida en un plástico con mangas, y se vuelve más loca con el babero que con la comida, pero yo respiro tranquila (para qué mentir, sufría más pensando en los lamparones de la ropa que fantaseando con la idea de que el choopla se atragantase) y Don Daddy nos mira escéptico desde su silla.

¿Quién me iba a decir que iba a tener que hacerme un máster en baberos, a trancas y barrancas, con prácticas incluídas de ensayo y error?

¡Quedáis advertidas! ¿Qué cuna, ni qué carro, ni qué hamaca, ni qué bodies en cantidades industriales? ¡No, no, no! Lo que necesitais son baberos, divididos por clases, tipos y utilidad.

Y el que avisa no es traidor.

6 comentarios:

  1. Me ha encantado Lara! defines a la perfección todo por lo que pasamos en esta aventura de ser nuevasmadres jeje, un besin y me he reido mucho :D

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    1. Es que lo de los baberos es un tema que trae cola... jajaja, a ver qué se me ocurre para la semana que viene. Besukos.

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    2. Estaremos a la espera mami escritora ;)

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  2. Aqui tienes otra fiel seguidora me encanta tu humor jijijijiii...x cierto otra hartaaaaa de la burocracia del desierto....5 meses para registrar a mi niña!!!! Y con suertee x lo q veo.
    Fdo. sory

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    1. 5 meses OMG... y yo que estoy poniendo todas mis esperanzas en que me la registren en 1 mes para acabar ya con esta tortura que dura 1 año... xDDD
      Veo que este año tampoco voy a poder huir a la piel de toro... MIER!!!! COLES :P
      ¡Sigue visitándonos, fiel seguidora! Y si no se ha unido a la página de FB, hágalo por favor :)

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  3. Enhorabuena por tu blog! le estoy echando un vistazo y me gusta mucho como escribes! te veo muy pronto en twitter! un abrazo

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